Rearme global, dependencia estratégica y la paradoja argentina

En 2024, el gasto militar mundial rompió récords históricos alcanzando los 2,7 billones de dólares, representando un 2,5% del PIB global, lo que constituye la subida anual más pronunciada desde 1988

Claves Hernán P. Herrera
gasto armamentistico

Estados Unidos lidera ampliamente esta carrera armamentística con casi un billón de dólares (997.000 millones) destinados a defensa, un impresionante 3,4% de su PIB. Le siguen China con 314.000 millones (1,7% del PIB) y Rusia con 149.000 millones (7,1% del PIB). Esta fuerte inversión no solo refleja tensiones geopolíticas intensas, sino también una profunda transformación tecnológica en la manera de entender la defensa nacional.

Este ciclo de rearme coincide con un escenario geopolítico especialmente volátil. En estas últimas semanas, Irán e Israel protagonizan enfrentamientos directos con ataques misilísticos y operaciones cibernéticas que han encendido alarmas internacionales ante la posibilidad de un conflicto regional a gran escala. Israel, con un presupuesto militar que alcanza el 8,8% de su PIB (más de 45.000 millones de dólares), se posiciona como una potencia regional considerable. Por su parte, Irán, destinando alrededor del 2% de su PIB (unos 10.000 millones), busca mantener su influencia mediante alianzas estratégicas con actores como Hezbolá y los hutíes en Yemen.

Esta carrera global no se limita a lo convencional: la verdadera disputa ocurre en la tecnología avanzada, donde los elementos conocidos como "tierras raras" se han convertido en insumos estratégicos fundamentales. Estos 17 elementos, esenciales en tecnologías civiles y militares avanzadas —desde imanes de neodimio usados en drones y motores eléctricos hasta europio en láseres y sistemas antimisiles— son objeto de una creciente disputa geopolítica. China controla actualmente entre el 70% y el 80% de la producción global y prácticamente monopoliza el refinado, lo que la convierte en un actor clave en la política mundial de seguridad tecnológica.

Estados Unidos, cuya industria de defensa depende críticamente de estos minerales, intentó responder durante la administración Trump con una agresiva política de aranceles que generó fuertes tensiones con Beijing. Sin embargo, la capacidad efectiva de reacción estadounidense sigue limitada: aún extrae minerales de tierras raras localmente, pero el refinado —el paso crítico en la cadena productiva— depende casi exclusivamente de China. Esta dependencia se ha vuelto particularmente problemática desde la invasión rusa a Ucrania, que aumentó exponencialmente la demanda occidental de tecnologías militares avanzadas como radares, drones y misiles inteligentes, todas intensivas en tierras raras.

En este contexto, la vulnerabilidad de Occidente ante posibles cortes o restricciones por parte de China es considerable. La situación ya mostró su fragilidad cuando, durante la guerra comercial de Trump en 2018 y nuevamente en 2024, Beijing amenazó con restringir exportaciones como medida de presión diplomática y económica.

Argentina, desde una posición periférica, refleja una paradoja en esta situación crítica global. Con un gasto militar que apenas alcanza el 0,6% del PIB, cuatro veces superior al destinado a ciencia y tecnología, el país se ubica entre los menores presupuestos militares del mundo. Sin embargo, en lugar de utilizar su relativa distancia para mantener una posición más autónoma o neutral, Argentina ha decidido alinearse estrechamente con Israel, aumentando su exposición innecesaria en un conflicto altamente volátil.

El país, además, cuenta con reservas significativas de tierras raras en provincias como Jujuy, San Luis y Córdoba, aunque su explotación aún es incipiente. Desarrollar estas capacidades locales podría reducir la dependencia estratégica y fortalecer su autonomía tecnológica, pero la inversión requerida en ciencia y tecnología sigue relegada en el presupuesto nacional.

Argentina, y más específicamente el gobierno de Milei, debería considerar seriamente la construcción de una política estratégica más amplia, enfocada en diversificar sus alianzas internacionales y reducir su dependencia tecnológica y militar. Una opción viable es profundizar vínculos con bloques regionales como el Mercosur ampliado o incluso la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), promoviendo acuerdos en tecnología, defensa conjunta y explotación sostenible de recursos estratégicos compartidos. Asimismo, podría beneficiarse de acercamientos estratégicos con potencias intermedias neutrales en el escenario global, como India, Brasil o Sudáfrica, que también buscan autonomía tecnológica y militar frente a las grandes potencias.

Una política orientada al fortalecimiento de capacidades propias en tierras raras podría permitirle a Argentina posicionarse como un actor relevante en cadenas globales críticas, reduciendo riesgos estratégicos derivados de alianzas demasiado estrechas con países altamente involucrados en conflictos internacionales. La realidad geopolítica actual deja una clara advertencia: en un mundo donde las guerras se deciden en gran medida por el control de recursos tecnológicos críticos, Argentina enfrenta la necesidad urgente de replantear sus prioridades estratégicas. La decisión de alinearse demasiado con actores específicos, como Israel, sin desarrollar paralelamente capacidades tecnológicas propias ni explotar recursos estratégicos locales, podría comprometer seriamente la autonomía y seguridad del país en el futuro cercano.

Hernán P. Herrera es investigador del Instituto Argentina Grande y columnista de Un Mundo en Marcha (en Radio con Vos). Su IG es @hernanpherrera.

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