Geopolítica de expansión territorial

¿Estaremos ante una nueva expansión territorial en formato unión, confederación o federación de Estados?

Claves Ricardo Runza
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Cuando Justin Trudeau renunció como Primer Ministro de Canadá, Donald Trump planteó la incorporación de ese país a los EEUU como el Estado 51 y sostuvo nuevamente su intensión de comprar Groenlandia. Algo parecido a lo que EEUU hizo cuando Texas se anexó como el Estado 28, en 1845, después de su independencia y cuando  compró Alaska al Imperio Ruso, en 1867.

La Unión Europea (UE) ha tenido en lo que va del siglo XXI una activa expansión territorial. Si bien es una organización supranacional funciona como una confederación de Estados. En 2004, se incorporaron Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Malta y Chipre. En 2007, Rumania y Bulgaria. En 2013, Croacia. Hoy la UE tiene 27 Estados miembros y hay nueve que quieren sumarse: Albania, Bosnia y Herzegovina, Georgia, Macedonia del Norte, Moldavia, Montenegro, Serbia, Turquía y Ucrania.

Si se aplica el principio de la Carta de las Naciones Unidas y los Acuerdos de Helsinki las fronteras no deberían moverse por la fuerza. Vladimir Putin no se atiene a ello y recurrió a la guerra en Ucrania para anexar territorio a la Federación de Rusia. Obviamente, amenazar apropiarse del Canal de Panamá por la fuerza es igualarse con él. Pero para con Canadá y Groenlandia Trump promueve la conveniencia mutua tal como hace la UE para asociar nuevos miembros. Este planteo significa que si no hay alguien que tome en estos países esta propuesta y la lidere hasta un consenso mayoritario es imposible llevarla a cabo. Con Trump solo proponiéndola no alcanza. Por supuesto, no es con garrote arancelario. Es con seducción, con más integración e intereses comunes. No despertando emociones contrarias y rompiendo lo construido.

 ¿Puede replicarse una geopolítica de expansión territorial en otros países del Hemisferio Occidental?

Si se hiciese realidad la anexión de Canadá (una cuestión muy difícil) posiblemente, una geopolítica de expansión territorial pueda ser una alternativa para algunos países latinoamericanos, como una salida a su fragilidad institucional y pobreza o a sus ambiciones,  porque en el siglo XIX hubo confederaciones o uniones que nacieron con un sentido de grandeza de poder y sentido geopolítico como los Estados Unidos Mexicanos, desde 1824 al presente; los Estados Unidos de América Central, en 1898, constituido por El Salvador, Nicaragua y Honduras, cuya duración no alcanzó siquiera un año; la Gran Colombia, desde 1821 a 1831,  bajo un formato republicano y unitario, formado por Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador y que hasta atrajo a movimientos independentistas de Cuba, del entonces Haití Español y de Puerto Rico que pretendían formar Estados asociados a esta república que se intentó reunificar en 1863 y en 1898 sin éxito; la Confederación Perú Boliviana, en 1836 hasta 1839, bajo el mando del Mariscal Andrés de Santa Cruz; los Estados Unidos Perú Bolivianos, en 1880, tras la Guerra del Pacífico, que bajo un formato federal aunó de nuevo a Perú y Bolivia de manera legislativa pero nunca se concretó; y los Estados Unidos del Brasil, desde 1889 a 1968 cuando cambió su nombre por el actual República Federativa del Brasil, el único que prosperó como potencia regional en América del Sur. Sin embargo, en el Cono Sur, este formato solo se dio en la entonces Confederación Argentina, el Estado predecesor de la República Argentina, desde 1831 a 1861 ya que Uruguay se independiza en 1825 contrariando el legado de José Gervasio Artigas y Chile se independiza en 1818 continuando con una república unitaria la capitanía española que lo precedió. 

¿Esto puede ser posible para Argentina, Chile y Uruguay?

Estos tres países tienen el potencial de unirse como confederación o unión. Imagínese el lector a Chile como una California argentina, a Buenos Aires como una New York chilena y a Montevideo como el Washington D.C. de uruguayos, argentinos y chilenos. Un territorio continuo y bioceánico, con un PBI (2024) de U$S 1.040 mil millones sumando el de Argentina, Chile  y Uruguay. Por la razón, no por la fuerza. Se necesitaría un Artigas en los tres países que como Trump proponga esta idea de convergencia y logre el consenso en cada sociedad para coronarlo como su gran objetivo geopolítico del siglo XXI. Hoy, por supuesto, inexistente y huérfano. 

Para los EEUU un proceso de esta naturaleza en Latinoamérica no sería contrario a su seguridad nacional. Estados con territorios más extensos al sur de su frontera podrían tener más estabilidad política, desarrollo económico y contención social. Podría ser su mejor estrategia para contener flujos migratorios desde el sur. Alentarlo también podría ser una manera de cerrarle a China sus apetencias sobre el Hemisferio Occidental en estos momentos de gran turbulencia y reordenamiento del poder con el posible final del orden predominante hasta este momento. Tiene sus riesgos. Circunstancia que también debería hacer pensar a las elites latinoamericanas si el futuro que viene puede encararse desde el formato territorial del siglo XX o habrá que hacerlo con otro nuevo a construir sin guerras y con el alineamiento de aquellos intereses que puedan ser convergentes abandonando el caudillismo y el populismo nacionalista que impidieron hasta ahora la construcción de las grandes confederaciones o uniones que se pensaron en el siglo XIX.


Ricardo Runza
es Ingeniero y Magister en Defensa Nacional.

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