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Su partida invita a reflexionar sobre la escasez de intelectuales que puedan leer y cuestionar la sociedad actual, en un contexto marcado por el auge del neoliberalismo y la crisis cultural
Claves Ezequiel Beer
La muerte de Beatriz Sarlo —con quien compartíamos físicamente la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA— me llevó a considerar que, más allá de las polémicas o posiciones que ella expresó a lo largo de su vida, estamos despidiendo a casi todos los integrantes intelectuales de una generación.
Percibo que, salvo el elogioso intento de Carta Abierta en el año 2008, no se están regenerando nuevos intelectuales. Sí existen egresados y profesionales del sistema científico y universitario que, aunque realizan un aporte valioso, difícilmente pueden ser incluidos en el mismo tipo de figuras que lo fueron Arturo Jauretche o Juan Carlos Portantiero, quien supo inspirar al expresidente Raúl Alfonsín.
En cierta manera, hemos perdido en casi todos los ámbitos una profunda formación crítica. Esto es evidente en la caída no solo educativa, sino también cultural de la sociedad argentina, un fenómeno que quizás haya sido el caldo de cultivo para que Javier Milei sea hoy presidente.
Más allá de que esto responde a un fenómeno global —y a que aún no ha surgido un reemplazo para eruditos como Umberto Eco, o que solo un puñado muy menor, como David Harvey, Slavoj Žižek o Franco "Bifo" Berardi, logran realizar lecturas críticas significativas—, estamos en una paradoja. La persistencia del neoliberalismo, impulsada bajo el sangriento golpe militar de Pinochet en Chile en 1973, ha convertido a países enteros en "sociedades de consumo" con escaso atisbo crítico. La gran incógnita es si ese modelo puede finalmente imponerse en la Argentina.
Nuestra rica historia política y social, incluso con hitos tan trascendentales como la elección de un Papa argentino, puede ser la esperanza de que esta "pesadilla" actual concluya. Argentina ha sido el único país de América Latina en dar origen a un caudaloso movimiento político, con un presidente que, además de gobernar con éxito, se esforzó por dar a luz una ambiciosa obra intelectual y una doctrina filosófica y política enmarcada en la Doctrina Social de la Iglesia.
No tuvo formación universitaria ni ostentó títulos de grado, posgrado o posdoctorado, pero dejó una obra que, pese a todos los avatares, perdura y aún tiene un potencial inmenso.
Los argentinos no necesitamos inventar demasiado ni tomar ideas foráneas: basta con estudiar lo que ya se ha realizado y cómo se hizo. Sin embargo, debemos entender la lección que nos deja el presente: sin una profunda transformación de nuestro sistema educativo, cultural y mediático, corremos el riesgo de repetir aquello que hoy rechazamos rotundamente.
Ezequiel Beer / Geógrafo UBA

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